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¿Fracturar o no fracturar?

15/09/2014 | LATINOAMÉRICA | Medio Ambiente | 464 lecturas | 204 Votos



Para algunos, se trata de cruzar una frontera que le permitirá a Colombia alejar el fantasma de la pérdida de la autosuficiencia en materia de hidrocarburos. Para otros, es una opción que hay que evitar a toda costa, pues los riesgos superan con creces a los posibles beneficios. Así se podría resumir el debate que tiene lugar en el país sobre la posibilidad de explotar gas o petróleo mediante técnicas no convencionales.




La polémica se nutre con las experiencias de otras naciones. Los promotores del nuevo camino señalan que Estados Unidos cambió de manera radical su realidad energética, gracias al desarrollo de métodos que le han permitido aumentar su producción de combustibles.

De seguir las cosas como van, los norteamericanos serían exportadores netos antes de que termine la década. Desde ya, muchas actividades en ese lado del mundo se han beneficiado de la caída en los precios de la electricidad, pues ahora cuesta mucho menos generarla.

En cambio, un grupo creciente dice que en parte de Europa esta puerta se encuentra cerrada.

Peligros como la contaminación de las fuentes de agua o la aparición de movimientos telúricos en zonas consideradas geológicamente estables, son citados para insistir en que lo mejor que se puede hacer en este caso, es no hacer nada.

¿Cuál es el meollo del asunto? En los yacimientos convencionales el hidrocarburo se encuentra atrapado entre diferentes clases de roca, de manera que cuando se produce un hallazgo la presión ayuda a que salga a la superficie. En los no convencionales, el petróleo y el gas se encuentran en condiciones geológicas que no permiten que este fluya. Debido a ello, hay maneras de estimular la permeabilidad y sacar el combustible.

La forma usada es el fraccionamiento hidráulico (fracking, en inglés), que consiste en la inyección a alta presión de un compuesto que incluye agua y en menor proporción (8 por ciento) arena, además de aditivos químicos (1 por ciento). El empuje de esta mezcla rompe las formaciones de lutita que se encuentran a profundidades superiores a los mil metros, con lo cual se forman pequeñas grietas que se miden en milímetros de espesor, a través de las que sale el hidrocarburo.

La técnica no es nueva, pues proviene de 1947. De hecho, en Colombia se ha usado en varias oportunidades con el fin de aumentar la vida útil de algunos yacimientos. Voceros de la industria sostienen que su utilización abarca unos 400 pozos de 16 campos y más de 800 fracturas en diversas zonas geológicas.

Aun así, esas cifras son minúsculas. Además, cuando el auge estadounidense comenzó, las compañías del ramo empezaron a examinar las posibilidades en distintas latitudes y concluyeron que tenemos una formación que se ve muy promisoria.

Por tal motivo, las autoridades colombianas empezaron a promover esta opción. En la ronda petrolera del 2012 se ofrecieron varios bloques de alta prospectividad y en la del 2014 también. De forma paralela, los ministerios de Minas y Ambiente comenzaron un trabajo conjunto que incluyó dos docenas de talleres con expertos locales y foráneos.

El resultado de este esfuerzo fue un reglamento técnico, contenido en una resolución. La meta es contar con un marco regulatorio adecuado, en donde uno de los objetivos es evitar la contaminación de acuíferos y la protección de las aguas subterráneas, según la entidad.

Ese esquema ha sido sujeto de alabanzas, pues, de hecho, es más estricto que el estadounidense. Sin embargo, la ofensiva en contra de los no convencionales comenzó, pasando por alto que apenas ha empezado una fase exploratoria, sin que existan solicitudes de explotación.

Y si bien la petición de proscribir la actividad es lo que desearían los más extremos, lo que le conviene al país es que esta se desarrolle con reglas de juego duras para que se minimicen los riesgos y Colombia no tenga que importar otra vez hidrocarburos.

Fuente: Portafolio

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