
El viento gobierna las ruinas de Auca Mahuida. Silba a través de los caños oxidados de una cocina. Mece los postigos de una ventana de bisagras decrépitas e inventa esos chirridos que necesita cualquier pueblo fantasma que se precie de tal. Hay casas partidas como por un terremoto y otras aplastadas por bloques de caliza. Y, también, casas talladas en el mismo cerro rojo, con ladrillos y detalles curvilíneos, clásicos de otro tiempo, de otro siglo, cuando aquí se inició la explotación de carbón mineral. A las dos de la tarde, las lagartijas -alertadas por las visitas- corren sobre la arena y se refugian entre las tapas y los tambores de aceite, oxidados y mugrientos. Hace calor.
Media docena de tamariscos despeinados y casi secos hacen lo que pueden para seguir dando sombra a una suerte de gran patio que, desde hace tiempo, extraña a los niños jugando. Aquí, el único que juega es el viento, que se mete con todo. Hay algo loco en el ambiente: la permanente sensación de que alguien está mirando, custodiando la historia, y que a ese alguien no le gustan los husmeadores. Caminamos por las casas, por las casas que son cuevas, leemos que Gaby y Faby se amarán/ron por siempre, vemos chicas que eran modelos en 1967. Sonríen y posan desde una pared con bikinis. Alguien pegó a las muchachas que lucían en la revista 7 Días. Todo muy naif.
Descubrimos que detrás de las casas, bajo las rocas, hay pequeños recovecos que han servido de dormitorios/dormideros. Son breves. Como los dormihoteles de Japón, pero de la Edad de Piedra. Hay unas 30 casas, divididas en tres sectores que establecían jerarquías. Las viviendas son de ladrillos, de rocas pegadas, de roca entera y de adobes. Y también está lo que quedó de la escuela, que se cerró en 1999. Detrás se fue la única familia que resistía en el desierto. Muchos de los daños son por el paso del tiempo, otros fueron causados con alevosía, simple pillería o ánimo destructivo. En los buenos tiempos, todo giraba alrededor de la mina.
Había gente que vivía/aguantaba en medio del campo, entre los yuyos, esperando el ingreso para alguno de los tres turnos. El desierto es extremo. El verano y el invierno suelen mostrar todos sus dientes. También el otoño. Auca Mahuida, a 150 kilómetros de Neuquén, surgió a partir de la explotación de asfaltitas, como en otros puntos de la provincia poco antes de 1940, tras la explosión económica que se produjo luego de la crisis internacional de 1930. Así, a principios de la década del 40, el pueblo ubicado al pie del cerro Auca Mahuida (2258 metros) fue el más pujante de la zona: más de mil habitantes, movimiento de camiones y trabajo para todos.
Rincón de los Sauces, hoy ombligo petrolero de Neuquén, no era más que lo que su nombre indica. La explotación se mantuvo hasta pasados los cincuentas y, en agonía, Auca Mahuida resistió hasta el 2000. El principio del fin comenzó muchísimo antes. El 22 de agosto de 1947, a las dos de la tarde, una explosión hizo vibrar al paraje. Una columna de humo blanco que se hacía redonda en el cielo coronaba las fauces de la mina de carbón ubicada a dos kilómetros del caserío. Era una bola que subía. Arriba, reventó como un globo y tiñó de cenizas los jarillales. Después empezó a salir un humo negro desde muy abajo, desde las galerías ubicadas a 75 metros de profundidad. Murieron aplastados y quemados 15 operarios, un turno completo de trabajadores. Dorotea Urra e Inés Castillo reposan en una galería con techo de chapas debajo de un reseco manojo de achuras de vaca. Toman mate y hablan fuerte. Están a diez kilómetros del pueblo fantasma.
SIGUE EL VIENTO EN AUCA MAHUIDA
Dorotea, de 84 años, dice que en su época no se habían inventado las escuelas y que por eso no aprendió a leer. Inés se ríe con ganas y repasa su bigote, prolijamente cortado como una "V" invertida. Es que Inés, de 61, es hombre, pero fue así como lo bautizaron. Trabajó desde chiquito en la mina, cuando tenía 13 años, llenando con carbón seleccionado las bolsas de 18 kilos que les daban los patrones. Le pagaban 1 peso por bolsa. A él y a muchos otros pibes de este campo de verde escaso. Algunos de sus compañeros tenían diez años. Andaban como topos a las órdenes de "mister Bler (¿Blair?)" según recuerda Inés sobre el dueño que "era inglés". La de Auca Mahuida era una explotación en todo sentido.
"A los siete años encontraron los huesitos, era la ropa y el rechace nomás lo que quedaba de esa gente. Yo ayudé a velar los huesos. Por la ropa los identificaron. Ni cabello ni carne le quedaban", recuerda Dorotea, que es hermana de Inés. Hubo una reapertura en los 50 y un nuevo cierre. Y más intentos. Y más cierres. El carbón ya no valía, los costos eran altísimos y Europa ya no demandaba. En un depósito que está en la roca descubrimos una esvástica pintada de negro, se nota que hace mucho. Tiene un significado especial el símbolo nazi, por la época en que fue realizada y porque había capitales alemanes que participaban de la explotación carbonífera en Neuquén, aunque en este caso los dueños eran ingleses.
Más allá de la esvástica se ven inscripciones que claman por Evita y otras más recientes, en lo que fue una sala de máquinas, que promocionan al MPN, pasión de multitudes. El pueblo que ya no es está dentro de lo que sería una lonja fiscal pero los alrededores y tal vez algún sector de las viviendas pertenece a Dorotea, nacida y criada en el paraje. El resto es de un hijo de la anciana, de Inés y lo que queda, de otro hermano. Ella es afortunada. Vive junto a la Aguada del Carrizo y tiene un sistema captación con un pozo para tener agua todo el año. El puesto donde vive es un respiro. La mujer es muy amable, pero desconfía. “Vinieron unos paleontólogos que eran de acá y de Estados Unidos a sacar huesos de dinosaurios. Yo les dije que se vayan nomás, ¿para qué quieren venir a sacar cosas a este país si ellos tienen el suyo?”
“¿Y ustedes para qué quieren saber todo esto? Yo le escapo a las fotos, porque sé que algunos hacen cosas raras con las fotos, pero bueno, nos vamos a poner nomás. Dónde quieren que nos pongamos", dice Dorotea y nos cuenta que ella nunca va a dejar el lugar donde nació. Las tierras valen por la explotación petrolera, para la cual se ha punzado buena parte de la zona, que dejará renta para los puesteros, por el muy probable trazado de vías para el tren que cargará potasio que partiría a estos campos para llegar a Barda del Medio, adonde el carbón era llevado en camiones, a razón de 50 por día. Viejos habitantes del pueblo piden que sea declarado monumento histórico como se hizo con San Eduardo y cada tanto vuelven para despenarse a dormir una noche entre las ruinas. O a visitar las tumbas que quedan en el cementerio. Y, tal vez, para convencerse de que a este ritmo pronto no quedará nada.
Fuente: Diario Río Negro
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