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¿Cómo podría beneficiar la energía eólica al país?

01/08/2018 | ARGENTINA | Medio Ambiente | 3440 lecturas | 124 Votos



Tiene uno de los recursos más importantes del mundo y el 70% del territorio presenta condiciones para su aprovechamiento.




Gigantes de acero se levantan en el horizonte del planeta. Colosales con sus cien metros de altura, el hombre –diminuto a su lado–, los va sembrando por los campos, y también por los mares, para atrapar el viento e iluminar al mundo con energía eólica. En 2016, la cosecha de estos monstruos alcanzó para abastecer alrededor del 4 % del total del consumo de electricidad a nivel global, según el reporte de la Red de Políticas de Energía Renovable para el siglo XXI (REN21). La idea es ir por más para aprovechar ese aire veloz e invisible que mueve todo a su paso y que, en algunos sitios, derrocha vitalidad.

“La Argentina tiene uno de los recursos eólicos más importantes del mundo”, asegura Mariela Beljansky, experta en bioenergías. “Nuestro país posee un lugar privilegiado en el planeta. El 70 por ciento de nuestra superficie presenta valores aprovechables en materia de generación eoloeléctrica”, subraya el ingeniero Juan Pedro Agüero.

Patagonia, la costa atlántica, las serranías bonaerenses, la región andina como La Rioja son algunos sitios para volar con los pies en la tierra. Justamente allí se encuentran los principales parques eólicos que a marzo de 2018 contaban, según AAEE, con una capacidad instalada de 226 megavatios (MW), algo menor al 1% del total del país.

Pocos son por ahora los titanes en marcha, pero muchas sus ventajas. ¿Por qué? A diferencia de los hidrocarburos, el recurso eólico es inagotable, gratuito y no contaminante. “Su impacto ambiental es positivo porque desplaza energía convencional de la red”, dice Beljansky. “No quemás nada, por lo tanto, es una fuente más limpia y renovable”, puntualiza la doctora Bibiana Cerne, meteoróloga de Exactas-UBA. Su empleo disminuye el uso de combustibles fósiles, origen de las emisiones de efecto invernadero que causan el calentamiento global. “Cada megavatio-hora de electricidad generada por el viento, en lugar de por carbón, evita 600 kilos de dióxido de carbono, 1,33 kilos de dióxido de azufre y 1,67 kilos de óxido de nitrógeno”, compara Agüero.

Verde, bien verde, pero de dólar, fue uno de los motivos para que su desarrollo fuera lento en nuestro país, el cual había sido pionero en la materia en Latinoamérica, y ya en 1994 contaba con su primer parque eólico comercial en Chubut. “Básicamente se debe a cuestiones económicas, es decir, si es o no negocio, el hecho de que se desarrolle este tipo de fuentes”, señala Beljansky, y destaca: “En la medida en que la Argentina tenía ciclos combinados de porte operando en base a gas natural a un costo no demasiado oneroso, cualquier energía renovable quedaba con precios más altos”. Algo similar, aunque en sentido opuesto, ocurrió en los 70 cuando el mundo vivió el principio del fin del petróleo barato. Al cuadriplicarse en ese momento el valor del crudo, los países empezaron a mirar alternativas, entre ellas, la eólica. Esto marcó el renacer del viento como fuente energética viable, según el Ministerio de Energía de la Nación.

La sombra del dinero siempre está. “Hay compañías que se presentan en licitaciones para solar y eólica, pero tienen trayectoria en energía térmica, quemando petróleo. Es un adicional de la empresa dedicarse a esto, pero no dejan de hacer la otra. Si no es rentable, las dejarán y seguirán con los hidrocarburos”, señala Cerne.

Sombras intermitentes

Se complica el sistema eléctrico basado en la producción eólica cuando el viento forma ráfagas intensas o, por el contrario, se calma demasiado. “La intermitencia es una de sus desventajas, porque a la demanda se la debe abastecer en todo momento”, indica Beljansky.

La Argentina haría feliz al Dios Eolo pues casi las dos terceras partes de su territorio tienen vientos medios superiores a los 5 metros por segundo, básicos para pensar en un posible uso como fuente de generación eléctrica. El potencial eólico patagónico al sur del paralelo 42 encierra una energía decenas de veces mayor al contenido en toda la producción anual argentina de petróleo, de acuerdo con el Ministerio de Energía de la Nación.

Si bien aún falta seguir recopilando información, Cerne advierte: “Detectamos una disminución progresiva del viento. No sabemos si es un ciclo o una tendencia debido al cambio climático. Estamos recién empezando a estudiarlo; por eso, no podemos afirmar ni una cosa, ni otra”. En tal sentido, Cerne enfocó su atención en esta disminución del viento trabajando en un proyecto junto con la Facultad de Ingeniería de la UBA. “Esta tendencia a la baja o desaceleración del viento promedio –historia– la empezamos a observar en los últimos diez años. Esto ocurre en todo el mundo en las latitudes medias, donde se ubica la Patagonia y sur bonaerense. En el hemisferio Sur se registró en Australia, y algo en Chile”.

Mientras algunos científicos encuentran como responsable de este fenómeno al cambio climático; otros investigadores lo adjudican al cambio en el uso del suelo, que arrasó con bosques o selvas para destinarlos a cultivos. “En algunos lugares, esta variación de la velocidad del viento se registra en tierra firme, pero no en las torres que están en el mar. Si fuera por el cambio climático, ello ocurriría en ambos casos, pero solo en tierra firme si se debiera al cambio en el uso del suelo. En tanto, en algunos países se detecta en los dos lugares.

Algunos estudiosos apuntan a un motivo; otros, a otro. Tampoco, faltan quienes postulan que solo se trata de un ciclo”, plantea Cerne, y enseguida asegura: “Hoy lo único que se puede decir es que el viento disminuye, pero no se puede dar la causa”.

Aún a los expertos argentinos les falta reunir información, en especial, registros de velocidad de viento en altura, porque tienen los de superficie, los cuales presentan mayor posibilidad de error. “Estos datos obtenidos en las torres aún no están disponibles para la comunidad científica, lo cual hace difícil su estudio”, asevera Cerne. (...)

Fuente: Tiempo Patagónico

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